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sábado, abril 20, 2024

Florence Cassez (porque parece mentira…)

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No leí Una novela criminal del escritor mexicano Jorge Volpi, pero sabía de qué trataba: el caso Florence Cassez. Un tema que desde que sucedió me cimbró, como a muchos, como a todos, por la opacidad circundante desde su detención junto con Israel Vallarta.

Para ese entonces yo no tenía nada que ver con el periodismo; no conocía el teje y maneje de los medios ni sus puntos flacos o su lado luminoso. Era una mexicana, como cualquiera, viendo el espectáculo de la corrupción de García Luna y Calderón; sin embargo, conforme los años pasaron y la trama se fue retorciendo cada día más, me preguntaba, como muchos —como todos— si aquello había sido una injusticia pergeñada por el presidente de la guerra contra el narco, o si en verdad la francesa y su novio tenían que pudrirse en prisión por sus delitos.

Entonces imaginaba ambos escenarios y cualquiera de estos eran terribles: la impunidad o la injustia.

¿Y quién decide? O mejor dicho ¿cómo se decide?

De pronto, cuando salía una nueva noticia sobre el caso pensaba en una persona: mi tía Artemisa Aguilar, encarcelada injustamente por Macedo de la Concha a principios del gobierno de Fox por su supuesta participación en una red de polleros.

¿Era mi tía una traficante de personas?

No.

Ella era para ese entonces, y desde muchos años atrás, una funcionaria menor, una oficinista en el Instituto Nacional de Migración, que fue usada junto con otra docena de trabajadores como chivo expiatorio.

Así, cuando estas personas  fueron llevadas a prisión, de repente alguien se percató que Artemisa era suegra del publicista Santiago Pando, sí, el hombre que se encargó de realizar la campaña que sacaría definitavemente al PRI de poder en el 2000, con su ¡México Ya! Y el “Hoy, hoy hoy” del aspirante que, una vez llegando al poder con la ilusión y el apoyo de millones de mexicanos, guardó su valor en las botas y se dedicó a hacer lo mismo que sus predecesores: engañar y corromperse.

Cuando Pando se presentó con las autoridades pertinentes y llamó a su cliente, el presidente del cambio y las tepocatas prietas, recibió como respuesta un “ay, qué pena, mano, pero cómo me vería sacando a tu suegra del embrollo. Tendrá que seguir el proceso como todos”.

La relación de Pando y Fox había terminado tiempo antes, cuando Vicente cambió la psicomagia por el té de toloache de Martha Sahagún.

Total que Artemisa Aguilar, de cincuenta y tantos años, pasó años y años en la cárcel injustamente.

En medio de ese proceso infame, uno de sus verdugos murió en el mismo helicóptero que Juan Camilo Mouriño: José Luis Santiago Vasconcelos se desintegró en e aire dejando encerrada a Artemisa, así como García Luna se amarchantaba con El Chapo y refundía en la cárcel a los Vallarta y Florence Cassez.

Hoy vi el documental basado en la novela de Volpi y recordé todo el infierno que pasó mi familia al ver a Artemisa encarcelada injustamente por un régimen corrupto e inoperante, el más criminal que ha visto este país.

Diecisete años después Cassez aparece en Francia dando su versión entre un ramillete de personajes involucrados directamente o indirectamente en la trama: uno de los más patéticos, Loret de Mola, quien da un rodeo y nunca llega al matizar el escandaloso montaje de la AFI en colaboración con su alma mater, Televisa.

Volpi cocluye: no podría decir si son inocentes o culpables.

Lo que seguimos pensando muchos, o todos, sintiendo pena por la víctimas (los secuestrados y sus familias), pero también por las posibles víctimas (los Vallarta y Cassez).

Compartir mi vida con un abogado brillante, obsesivo y meticuloso me ha abierto un poco el espectro del lenguaje jurídico y los entretelones, pasadizos, y sobre todo, los huecos que hay en la ley y en los procesos para que se cumpla (o no).

Por eso hoy, a 17 años de distancia, logro comprender la decisión —tan cuestionada— del ministro Zaldívar al presentar el proyecto de liberación de Cassez por violaciones a sus derechos fundamentales a la hora de la detención y la fallas en el proceso.

Pienso también en los años robados a Artemisa Aguilar, de quien sí estamos seguros desde el princiop que era inocente, pero que por un error de cálculo en las triquiñuelas del sistema Foxista tuvo que permanecer en prisión.

Lamento que para esos momentos no tuviera a mi lado a quien, estoy segura, la hubiera sacado en dos patadas, echando mano del mismo argumento que Arturo Zaldívar presentó para liberar a la polémica francesa.

El documental cumple su función: recordanos que en este país cualquiera que esté en el lugar equivocado puede perder la libertad por el capricho o la beligerancia de un mal servidor público.

Pero al final del quinto capítulo, lo único que pienso es en una frase del novelista Daniel Sada, que da título a una de sus mejores novelas: Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe.

O al revés.

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