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viernes, abril 19, 2024

El Tango por Borges

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Leer a Borges es oírlo. Oírlo también es como leerlo.

Pocos escritores tienen ese talento: hablar como escriben, escribir como si los estuvieras escuchando.

Las benditas redes sociales nos regalan la oportunidad, vía YouTube, de disfrutar de las conferencias que Borges dictó, en el ciclo llamado Siete Noches.

En este archivo no están todas, pero sí las más potentes: La ceguera, el budismo, La Divina Comedia, La pesadilla, La mil y una noches y La Cábala.

En todas estas conferencias el autor hace un derroche de erudición extraordinario acompañado, o más bien acompasado, de esa voz calma y por momentos dubitativa que tenía.

A Borges no le corría prisa al hablar, y las ideas manaban de su mente de una forma que parecía algo innato; algo sencillo de hacer, sin embargo, no hay cosa más difícil que fiarse la de memoria al momento de expresarse.

Siempre sentí que había un hueco en este archivo. Un hueco que debía llenarse con uno de los temas que más apasionaron al porteño: el tango.

Hasta el día de hoy sólo obtuve respuestas mediante la propia música, y no precisamente muy satisfactoria, ya que lo único que encontré de Borges y el tango, fue la extraña colaboración que hizo con Piazzolla, misma que al momento de su aparición causó un entuerto en el escritor, es decir, Borges quiso retractarse de ese ejercicio, pero el tiempo lo volvió a poner en órbita cuando Caetano Veloso lo rescató e incluyó en un álbum. ¡Vaya que nos gusta Caetano, pero no, nunca, por favor, cantando tangos!

La pieza más conocida de esa mancuerna se titula simple y llanamente El Tango. ¿Por qué no le gustó a Borges? Tendríamos que revivirlo para que lo explicara, aunque conociendo un poco sus afinidades y la seriedad con la que se tomaba el tema, podemos suponer que lo de Piazzolla rompía demasiado con la estructura original del tango, empezando por los instrumentos y los ruidos que de ellos extirpaba.

Si se pudiera cernir la música de los versos, El Tango de Borges es la historia redonda del nacimiento de este ritmo: con sus personajes originales: el compadrito, el gaucho, la casa de mala muerte, las mujeres de la noche y los guapos… cómo pasaron las milongas (instrumentales) a ser tango, ¿en dónde nace? (todos los caminos apuntan a África, por el sonido de los vocablos), aunque la instrumentación nativa incluye el piano, lo que hace dudar entonces que el asunto fuera cosa de hijos de esclavos. Piano, flauta y violín… ya luego en París sufre su primera metamorfosis, al añadírsele el bandoneón.

Con la pieza El Tango, Borges recorre la ruta del malevaje, traduce al ritmo y al baile como cosa de hombres, de la secta del cuchillo y el coraje, y por supuesto todo narrado en lunfardo. Porque en su génesis, el tango eran breves crónicas de confrontaciones torvas entre varones… el que vino a hacer del tango un melodrama fue Gardel, y en ese viraje las piernas femeninas comienzan a entrelazarse en esta historia hasta la muerte y resurrección del tango, que se dio a manos, precisamente, de Astor Piazzolla.

Ahora bien, si dejamos sólo la música sin los versos de Borges, El Tango, en efecto, es una pieza más al estilo Piazzolla (que no es poca cosa).

Esta colaboración explosiva es la confirmación de que es complicado juntar dos monstruoso en el mismo laberinto. Ignoro lo qué pensó Piazzolla al enterarse que su música no satisfizo al bardo.

La pieza era, pues, la única aproximación que conocía de Borges sobre el tango, hasta hace una semana que encontré publicadas cuatro conferencias sobre el tema.

Editado por Lumen, el libro resulta un festín completo.

Lo he leído de un tirón, a veces sintiendo que entrecierro los ojos al pasar las páginas. Entonces surge el poder de Borges: ese que te hace oírlo mientras lo lees.

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