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jueves, abril 25, 2024

Una masacre

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La serie After Life (disponible en Netflix) retrata a un hombre viudo que no sabe qué hacer con su vida después de haber enterrado a su mujer.

Si hay algo que tenemos claro casi todos es que los hombres superan con mayor dificultad la pérdida. ¿Será porque de alguna u otra manera al perder el control pierden también algo de poder?, pero en este caso el poder es aquel que tienen sobre sus propias emociones.

Mi abuela siempre fue mucho más enfermiza y aparentemente más débil que mi abuelo. Don Carlos Macchia era un mastodonte, una criatura neumática que difícilmente creíamos que se iba a ponchar, sin embargo, murió hace dieciocho años a los noventa dejando viuda a mi abuela, quince años menor que él.

Las apuestas silenciosas corrían en el ámbito familiar: la abuela tenía ya una placa de titanio en la cadera y una larga enfermedad de riñón; mi abuelo en cambio seguía fumando como chacuaco, cortejando mujeres y arremetiendo con furia cuando perdía el América.

La vida le sonreía mucho más al viejo.

La vida le pesaba desde entonces a la vieja.

Sus hijos de vez en cuando tenían la plática incómoda, pero necesaria: ¿qué va a pasar con don Carlitos cuando doña Lupita deje de respirar?

Pensaban que sería de lo más complicado puesto que mi abuelo era absolutamente dependiente de su mujer: le encendía el boiler, le hacía el té, le boleaba los zapatos, le planchaba sus camisas, le preparaba la comida, lavaba los trastes, se sentaba a darle el avión cuando ya era un terco crónico, solapaba sus mentiras piadosas frente al respetable que lo oía, le daba sus medicinas en la mano, le acercaba las pantuflas, le encendía y apagaba el radio, le rellenaba sus plumas.

Mi abuelo, al momento de jubilarse, había empezado esa carrera de adelante hacia atrás: era como el hijo de mi abuela, un niño de pecho que gustaban de los pechos ajenos.

A todos nos preocupaba la idea de cómo nos íbamos a organizar para atender al bebesote en el que se había convertido. Pero la muerte dio un viraje y se lo llevó a él.

Entonces ahora lo que importaba era sacar de la depresión a mi abuela, que estaba más que acostumbrada a ocupar todo su tiempo en pastorear a su viejo, y no se quejaba.

Los primeros meses fueron raros: a la abuela se le veía decaída, como que de pronto le hizo una falta tremenda consagrar su vida a alguien, ya que estaba habituada, primero al criar a 7 hijos que eran como el alma de Judas, y luego en cuidarle la bragueta y el dinero a señor don cusquito.

Sin embargo, los meses pasaron y la abuela, pese a decir que ella ya también estaba lista para irle a tocar a San Pedro, fue recobrando el ánimo.

De repente todo el tiempo era suyo, para ella; podía no levantarse de la cama y nadie la juzgaría. La tetera dejó de silbar como loca, el humo del cigarro desapareció, no volvió a tener que chutarse un solo partido de futbol en la tele. Y se repuso. Ganó peso, cuidó a sus nietos y a sus plantas con más energía.

Lejos habían quedado las jornadas cuando tenía que ir desmintiendo las falacias increíbles que mi abuelo inventaba y que le obligaba, con una caída de ojos, a secundar y a avalar. La abuela lo extraña, sí, pero la herida sanó pronto y pasó a ese estado de inconsciencia en el cual todo lo malo que le hizo el don se le borró de la mente y hasta hoy vive con un recuerdo prístina y dulce.

Eso, en la mayoría de los casos, no sucede con el viudo.

Porque el viudo pierde, aparte de servidumbre, la atención y el aval.

Porque al viudo se le derrama el té de la silbadora y no encuentra las chanclas aunque las tenga enfrente.

Porque el viudo es hombre y al perder a su dama pierde también parte de su patrimonio y su territorio.

Porque los hombres sienten que se quedan con deudas, con culpas, con los hubiera guardados en el cajón, junto a su cartera, su Viagra  y las dentaduras postizas.

 

En el caso de After life, la cosa no es tan sencilla porque se trata de un viudo demasiado joven.

¿Cómo rehacer la vida cuando la organizadora de la vida ya no está?

La ruta más accesible es la de la depresión y el auto escarnio.

 

Mi abuela hoy ya rebasa la edad en la que mi abuelo caput. Tiene 92 años y está muy disminuida.

Cada noche le pide a su Dios particular que la recoja, y cada navidad que nos reunimos todos lo hacemos no porque nos caigamos bien, sino pensando que ese sí será el último con la abuela.

Pero no sucede.

Y la vida le pesa, aunque haya podido superarse después de que su compañero murió.

La viudez es dura en cualquier circunstancia.

Pero la vejez que se prolonga, esa es una masacre.

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