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jueves, abril 25, 2024

Enfermos de aprensión

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Durante estos dos años y medio de pandemia he descubierto, entre otras cosas, que tengo varios amigos que padecen una enfermedad crónica y degenerativa llamada aprensión, y ahora somos mucho más cercanos porque la compartimos.

Esto inevitablemente me remite a la obra de Teatro de Moliére, que en unas ediciones la titulan El enfermo imaginario y en otras El enfermo de aprensión.

Si no la han leído se están perdiendo de una comedia extraordinaria que en el fondo es una gran tragedia.

Pensar que a cada momento te persigue la enfermedad es cansado a niveles insospechados. Ese trabajo, el de pensar y vivir un padecimiento como si fuera real, roba demasiado tiempo y energía, esto sin contar que la persona que carga con esa angustia se va convirtiendo paulatinamente en un ser lleno de manías y en un ermitaño.

Creímos que las travesuras del murciélago tendrían caducidad de un año, sin embargo, nunca hay que dudar de la resistencia de los vampiros.

A casi tres años de entrar y salir, de disfrutar de un descanso involuntario y de volver con las ganas de comernos el pastel de una mordida, Ómicron nos puso de nuevo en jaque a todos.

Pero existe una especie más afectada por este virus; la legión de aprensivos que vivimos sintiendo la hecatombe diaria. Y entonces tenemos que pasar a otro nivel: al de la burla ajena por ser señalados como paranoicos, y es cierto… lo somos.

No sé si tenga que ver con valentía o con un uso más adecuado del sentido común, pero conozco a muchos que jamás han temido infectarse y llevan un ritmo de vida apacible, si no igual, parecido al de la era pre-covid.

Admiro a esas personas porque no están desviviendo como nosotros los intensitos.

Tengo un camarada que desde que aparecieron las vacunas se ha ido a inocular siete veces. Dos acá en México y cinco en Estados Unidos. Y aunque nuestro médico (porque compartimos médico) le dijo que por lo menos cuatro de las siete no le sirven para un carajo, él se siente más protegido, y ahora con ómicron ya está preparado para ir a meterse otro par.

Yo no me he vacunado más que dos veces, aunque comparto con el camarada del renglón anterior una obsesión: hacerme pruebas a la menor provocación. Llevo fácilmente 7 PCR y 10 de antígenos en lo que va de pandemia. Y no crean que es porque viaje o me la pidan para el trabajo, no, si vivo sitiada en mi casa, pero tengo siempre el presentimiento de algo fatal.

Asimismo, me pasó con las placas. Por lo general si tu médico cree que necesita ver tu pulmón por dentro, durante los 15 días entre que nace y muere el bicho te pedirá un TAC, sin embargo, yo me hice cinco en la crisis. Mi doctor sólo me autorizó dos; cuando llegué con una neumonía de perro y para darme de alta para verificar que no hubiera fibrosis, pero la verdad es que me fui a hacer las otras tres de contrabando robando unas recetas de un familiar que de hecho ya ni está vivo, la cosa es que para que el laboratorio te haga la tomografía te pide orden médica, si no son enchiladas, más bien un poco de radiación.

Ahora con esta cuarta ola mi sufrimiento se volvió a catalizar. No quiero salir, evito que vengan intrusos a la casa y volví a poner mi oxímetro en el buró.

Apenas hace cuatro días comencé a sentir un picor en la garganta y mi estado de alerta se encendió. Me aislé en mi recámara con mi perrita y pasé horas en  espera tortuosa de nuevos síntomas en aras de confirmar que nuevamente estaría al borde de la muerte, aunque mis amigos y mi médico me aseguraran que de tener covid sería muy leve.

Y pues no pude resistir la tentación de salir el lunes a primera hora a hacerme una prueba.

Debo confesar que ya me da hasta pena llegar a los laboratorios. He ido tantas veces que me conocen por mi nombre. No crean que es grato ser el cliente VIP de las farmacéuticas y de los laboratorios, no. Porque la gente se mofa de la hipocondría, y la hipocondría es la peor de las enfermedades porque es todas las enfermedades simultáneas instaladas en tu cabeza colapsada por el pánico.

Por eso ya tengo una ruta de laboratorios y los intercalo.

Lo que sí debería exigir ya es una cuponera en la que me premien con una PCR gratis al reunir diez.

Suena cómico, lo sé, o ridículo, más bien. Aunque lo cierto es que tengo que escribir esta confesión para tratar de salir de esa espiral tóxica de enfermedades- falacia.

Créanme o no, la cosa se agrava cuando llega un insensible y te dice que es más probable te me caiga un rayo a que te salgan positivas 3 de cada 10 pruebas, sin embargo, también debo reconocer que es un placer nuevo y adictivo que, al abrir los resultados, vayas al final de la hoja y diga NEGATIVO.

A pesar de que seguramente la semana que entra se me vuelva a meter esa idea horrible en la mente y se repita la monserga.

A pesar de que cada día sea un poco más pobre por gastar mis centavitos en reconfortantes lapsos de falsa tranquilidad.

Ya regresan los tiempos en que gaste en zapatos, porque muerta pues no sirven de nada, ¿verdad?

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