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jueves, abril 25, 2024

Hannah Arendt, caminar pensando

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Pocas intelectuales como Hannah Arendt, quien no sólo entendió al poder, al siglo XX y a los totalitarismos, el terrorismo, sino el acto mismo de escritura y de pensamiento. Exiliada en Estados Unidos, tenemos recientemente acceso a uno de los programas de estudio de filosofía política que dictó en Berkeley en 1955.  

Revisando el examen (una serie de opciones para un ensayo escrito por los alumnos) estaríamos hablando de nuestros días. Lo mismo de la locura de Putin y el sufrimiento de Ucrania que de los nuevos populismos y los engaños de la ideología. Arendt les hace cuestionarse a sus alumnos, por ejemplo, sobre las diferencias y similitudes entre la primera y la segunda guerra mundiales. Les conmina a describir y discutir las experiencias de la guerra y la generación de la guerra, desde la perspectiva del soldado desconocido, de la mano de Faulkner o Jünger. Igualmente les pide que expliquen el balance de poder y el colapso de Europa siguiendo a Holborn. O que comparen los intentos de paz y los tratados de paz al término de la primera guerra y sus consecuencias en la segunda. También que describan y discutan los varios tipos de revolucionarios en la revolución China y en la Guerra Civil Española usando a Malraux y a Hemingway.  Incluso, utilizando a Milosz les pide que expliquen por qué razón los intelectuales puedes ser atraídos por las ideologías totalitarias. Pienso que si hubiese sido yo uno de sus alumnos hubiera discutido su ensayo número siete:  las posibilidades de la dominación total de acuerdo a George Orwell y su 1984. 

Aún propone dos más: describir una sociedad de campos de concentración, siguiendo a Rousset (¿no lo somos ya todas en este tiempo del capitalismo salvaje del siglo XXI, con Trump y sus políticas de separación de familias, con los campamentos de haitianos en Tijuana y un sinfín de etcéteras?). Al final, la última opción es discutir los principales aspectos del existencialismo francés, y explicar su relación con el movimiento de resistencia, siguiendo a Sartre o a Camus, o a ambos. 

Escribe Arendt, explicando su forma de reflexionar filosóficamente: “Lo que a mí me importa es el proceso mismo de pensar. Cuando lo realizo, me siento completamente satisfecha, en términos personales. Y si consigo expresarlo adecuadamente por escrito, vuelvo a estar satisfecha. Me pregunta usted por la repercusión que mi trabajo tiene en otras personas. Se trata —si se me permite ironizar— de una pregunta masculina. Los hombres siempre quieren ejercer una gran influencia, pero hasta cierto punto yo todo esto lo veo desde fuera. ¿Qué su me imagino teniendo repercusión? No, lo que quiero es comprender. Y cuando otras personas comprenden en el mismo sentido en que yo he comprendido, ello me produce una satisfacción que es como un sentimiento de pertenencia”.

Mi pregunta a los lectores hoy es si estamos dispuestos a escuchar cómo otra persona piensa. No solo sus ideas, su mismo método. El ruido de nuestros teléfonos, el odio suscitado por las redes sociales, el discurso de anulación del otro nos lo impide. Exactamente eso que la filósofa denunciaba de las sociedades totalitarias. El cibertotalitarismo mundial de nuestros días nos contiene y nos colapsa brutalmente. O para decirlo con una de sus preguntas, creo que sería interesante pensarnos como una sociedad global que ha aceptado, tácitamente, la dominación total. Vivimos dentro de 1984 y Orwell se quedó corto de lo que podría habernos pasado. Habría que escribir un 2048 no distópico, sino realista, que diera cuenta como novela de hacia dónde nos movemos con tristeza en este universo posthumano. 

Para Arendt el totalitarismo era posible gracias a la sociedad de masas, a la ayuda del pensamiento racial, el nacionalismo y el imperialismo. Los individuos como distintos y únicos en ese contexto son superfluos. Si para ella la razón misma de la política era la libertad hoy necesitamos una nueva política que lo permita. Que permita esa proliferación de identidades a través de la acción, uno de sus más importantes postulados. Ella nos diagnosticó. Nos sabemos enfermos. La pregunta es si tenemos ganas de curarnos del mal. 

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