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miércoles, abril 24, 2024

Cuarteto en la cama

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L. tenía dos novios. O tres. Oficialmente dos. Uno vivía en la Ciudad de México y el otro en Puebla. El tercero andaba por los rumbos de Culiacán. Para evitar conflictos, veía al primero —físico de profesión— dos fines de semana al mes. Al segundo, en cambio —músico de carrera—, los fines de semana restantes. El tercero —administrador público— entraba de relevo cuando el físico o el músico no podían acudir a la cita.

La cama de L. siempre estaba ocupada, aunque a veces huía de todos y se metía sola a dormir. Dormía profundamente, y soñaba con alguno de los tres. Incluso, cuando dormía con ellos terminaba triangulando sueños.

Me explico: si dormía con el físico, soñaba con el músico. Y viceversa. Si dormía con el administrador público, soñaba con el físico o con el músico. Con el administrador nunca soñaba. Ésta era una de las cosas extrañas de L.

Otra de las cosas extrañas es que se puso a leer la Física General, de Schaum; la Breves Respuestas a las Grandes Preguntas, de Stephen Hawking, y la Física para Dummies, de Holtzner. Eso generaba dos cosas: la admiración de su novio físico y el hastío de su novio administrador.

Para enamorar al músico, L. se puso a escuchar a Beethoven, Wagner y Bach. Los escuchaba cuando leía a Hawking, por ejemplo. Eso provocó que cuando conversaba con su novio físico apareciera en el recuerdo, a bote pronto, la imagen de su novio músico.

Pronto las cosas empezaron a complicarse, pues en la cama cada uno tenía sus perversiones. El músico, por ejemplo, gozaba mordiéndole los pezones, cosa que a L. le agradaba. En tanto, el físico era feliz golpeándole las nalgas. El administrador sólo tenía una obsesión: besarle la nuca hasta sangrarla.

Lógicamente, L. empezó a confundirse. En varias ocasiones susurró el nombre del físico cuando estaba siendo penetrada por el músico. O el nombre del administrador cuando el físico le hacía sexo oral. Un día susurró los nombres de los tres en una sesión sexual con el músico. Éste, de oído educado, distinguió los susurros inmediatamente. Le reprochó hasta el amanecer. Decidieron terminar.

El administrador pasó a llenar el vacío dejado por el músico los fines de semana. Pero un día, en plena primavera, apareció el físico un sábado que no le tocaba. Llegó a las cinco de la mañana con un ramo de flores. Abrió la puerta con delicadeza para sorprender a L. El sorprendido fue él cuando vio al administrador, despatarrado y flatulento, a todo lo largo de la cama. Tras los gritos de rigor, abandonó el campo de batalla. L. se quedó sola, pues el tercero al bat entendió el enredo, se vistió y también se fue.

Hoy por hoy, L. da clases de física, música y administración pública en una preparatoria de su pueblo. Duerme sola y sin interrupciones. No se le ha vuelto a ver con nadie. A veces sueña con el físico y con el músico. Nunca, jamás, con el administrador.

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