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viernes, abril 19, 2024

La paradoja del carnicero o las barbas de carranza

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Los pintores llegaron a la Sierra Norte de Puebla. Era el día 1, después de que se confirmara una pandemia, en marzo de 2020. El objetivo era pintar un mural de 23 metros atrás del Monumento del presidente de México después de la Revolución.

Venustiano Carranza, no muy querido por unos, pero muy querido por los comuneros de Tlaxcalantongo: un frondoso bosque centelleante donde las montañas guardan entre manantiales la espuma de la historia, el aroma del último estallido de pólvora que acabaría con la vida del expresidente de México, el 21 de mayo de 1920.

Cien años atrás, el sonido de la muerte conmocionaba a los lugareños. El clima intenso guardó el luto de aquel personaje que marcaría parte de la historia de Puebla y de México.

Los placenteros beneficios que adquirió el pueblo durante la estadía fugaz del caballero de las Cuatro Ciénegas aún se perciben en las paredes de algunas familias, en las bocas de los más ancianos, en las manos de las generaciones que recibieron leyendas y dádivas del último día del presidente.

Doña Catarina me contó que su abuela fue una de las cocineras que preparó comida para el alto y gigantesco dirigente, durante su estadía de por lo menos tres días en aquel fúnebre poblado. Cuando Catarina me contó que su casa había sido construida con un par de monedas de oro que Carranza entregó a su abuela hace 100 años, después de prepararle, junto con más mujeres, una de sus últimas comidas, me impresionó la manera en que la señora describía al personaje con signos de abundancia impactantes. “Tata Carranza era un hombre gigante, mi abuela dice que medía dos metros y que su camisa alcanzaba para hacer tres camisas de tamaño natural”.

La fantástica historia continúa con la escena de aquel día en que el expresidente; después de degustar sus alimentos, entregó tres monedas a cada cocinera. Y henos ahí, un 2 de abril cualquiera, comiendo y escuchando atónitos la historia de la nieta, heredera material de aquellas monedas y, por cierto, nuestra cocinera actual. En fin, historias de la misma índole circulan por los vientos del poblado.

En Tlaxcalantongo es donde vive el carnicero Pedro Vázquez, emprendedor innato que tiene para bien, pagar al vocero del pueblo la propaganda suficiente para taladrarnos los oídos con un marketing puntual. Pues según la psicología de todo exiliado, viajero, trotamundos; los sentidos se agudizan y perciben cosas cotidianas tratando de dar un sentido filosófico por muy superficiales que se presenten.

Todos los días, desde las 6 de la mañana, me despertaba el parlante de un Nissan 2004, oxidado y aceitoso, pero con los mismos voltajes que una bocina de feria cuando se trataba de emitir los mensajes pagados por los lugareños.

Los anuncios vociferaban desde felicitaciones de cumpleaños, día de las madres, día del padre, defunciones, nacimientos y otros anuncios publicitarios de ocasión. Aunque el señor carnicero gozaba quizá de otros privilegios. Pues su anuncio publicitario sonaba la mitad del día.

Lo más curioso y el motivo por el cual entrego estas desgastadas líneas a mis lectores es que el mensaje decía casi textualmente:

“Se le informa a todo el público en general que ya puede pasar a la carnicería del señor Vázquez a comprar deliciosa carne de puerco, como todos los días. Chorizo, longaniza y deliciosas carnitas frescas ¡Los esperamos! …”

Palabras más, palabras menos, y por muy banal e insignificante que parezca que despierten a una lingüista de esta manera, que trabaja más de 18 horas al día y descansa menos de tres horas; sobre todo, en medio del trabajo mural que apoyaba pintando en ese momento. Mi interés era legítimo, pues analizando el mensaje y las funciones apelativas de aquel informe publicitario y menos persuasivo que mi orgullo. Utilicé el recurso del análisis discursivo para no arrojarle más piedras a mi hígado y desmañanar mis sueños de ser pintora o por lo menos aprendiz.

El primer absurdo que encontré fue que, si todos los días venden deliciosa carne de puerco en el local de don Pedro, entonces con un anuncio por semana podría ser suficiente para comprender y recordar tal vendimia. Mi cerebro sintetizó algo parecido a la siguiente proposición:

P (la carnicería de don Pedro vende deliciosa carne de puerco)

Q (diario hay venta)

Entonces p^q= verdadero

 

P – Q—R           QvR

V    V    V      V

V    V     F     V

V    F    V      V

V   F     F     F

F    V    V

F    V    F

F    F    V

F   F     F…. etc, etc…

 

Lo curioso era que efectivamente, sí, se vendía carne de puerco de lunes a domingo, pero dicha carnicería era la única del pueblo; entonces, no había opción de ir a comprar a otra carnicería, porque ¡no existía!

En seguida recordé enérgicamente la paradoja del barbero de Russell:

“Hace muchos años, en un lejano reino, había pocas personas que su oficio fuera ser barbero. Para solucionar el problema, el rey dictaminó que los barberos solo podían afeitar a las personas que no podían afeitarse por sí mismas.

“Uno de esos barberos, era el único en su comarca y le entró la siguiente duda: Como barbero no puedo afeitar al barbero de mi comarca, que soy yo, porque entonces podría afeitarme a mí mismo. Pero entonces, algún barbero debe de afeitarme, pero como soy el único que hay, entonces no me puedo afeitar”.

Y la incógnita va más allá, pues teniendo el joven mercado de deliciosa carne de puerco monopolizado, mis opciones de consumo estaban limitadas, encima tenía que atragantar mis oídos con su propaganda matutina, que todos los días se me recordaba que diario venderían carne de puerco en ese local.

Por más que analicé la complicidad de su mensaje, mientras me resistía rotundamente en consumir su producto y después de desquiciar mis pensamientos, llanos y tormentosos de inicio de pandemia a cerca de una propaganda… Un desfallecido día decidí comprar carnitas en el “Chuzo” de don Pedro. Debo admitirlo, las carnitas más deliciosas y frescas que he probado en mi vida o la maldición de la atmósfera de las barbas de Carranza merodeando oportunamente las calles de Tlaxcalantongo, donde se toma agua de manantial y se aprecia nuestra fúnebre obra en el monumento del expresidente Carranza y atrás de la escultura de Dr. Atl, el mismísimo creador del Muralismo Mexicano.

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