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viernes, abril 19, 2024

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Una charla con José Manuel Sánchez Ron

 

|Carlos Chimal

Háblanos de los novatores, ¿qué papel desempeñaron en el intento de incorporar la nueva ciencia en España?

Se llama novatores a un grupo de personas que a finales del siglo XVII se plantearon la incorporación sistemática de la nueva ciencia, en especial la medicina y la química, en España. El texto más característico de este movimiento es un libro, Carta filosófica, médico-chymica del médico valenciano Juan de Cabriada (ca. 1665-1714) publicado en 1687, el mismo año que vio la luz los Principia de Newton. El problema con aquel movimiento es que la mayoría de los novatores eran médicos, que aunque, como Cabriada, tenían en mente también otras ciencias, en general sus actividades eran en relación con su disciplina, la medicina. Y resulta que el siglo XVII, al igual que el XVIII, fue importante sobre todo por la física (el XVIII también por la química). Por la física newtoniana, muy especialmente.

Tu libro sostiene una tesis anticolonialista, en la medida que reconoce el valor de América para impulsar ciertas disciplinas científicas (botánica, zoología, geología, incluso antropología y lingüística) y no solo como proveedor de materias primas. ¿Es así?

Absolutamente.La llamada Revolución científica, el periodo de los siglos XVI y XVII en que se sentaron las bases de la ciencia moderna, no se debe reducir a la física o la matemática, a los Galileo, Kepler, Boyle, Newton o Leibniz; en América existía un mundo natural y sociocultural que supuso un reto para incluirlo en una visión científica del mundo. Y los españoles, junto a “americanos” en número creciente, contribuyeron a estudiar ese mundo natural, con, por ejemplo, expediciones científicas o incluso a través de la minera. De hecho, uno de los capítulos de mi libro de los que estoy más satisfecho es el dedicado a “América”.

En un pasaje hablas de lo que España tuvo que decir y no se reconoce.

Me refiero a que raras veces se da a la España e Hispanoamérica de aquellos siglos —XVI-XVIII— el papel que merece en la Revolución científica.

Mencionas el papel que han desempeñado las enciclopedias desde 1751 hasta la aparición de la internet. ¿Cuál crees que pueda ser el futuro de las enciclopedias? Obedecerán, así está siendo ya —considera Wikipedia, la gran enciclopedia actual—, una dinámica constante, en cuya composición intervendrán todo tipo de “autores”. Y no se limitarán a explicaciones a la manera tradicional: incorporarán imágenes y sonidos.

Una tesis del libro es que España fue la verdadera detonadora del capitalismo, ¿puedes abundar?

Explico en mi libro, efectivamente, que el acceso a la plata —y en menor medida, oro— americana hizo de España un “Imperio de la plata”. Y la disponibilidad de, sobre todo, plata, condicionó la política interior y exterior española. Evitó que España tuviera que desarrollar otras formas de generar riqueza. Sus necesidades-compromisos internacionales hicieron que la plata americana fluyera a Europa en cantidades gigantescas, precipitando una revolución en los precios, la cual, a su vez, influyó de forma decisiva en la transformación de las instituciones sociales y económicas en los dos primeros siglos de la Edad Moderna.

¿Qué es la Ilustración española?, ¿de qué manera impactó en América?

En uno de sus libros, Los afrancesados, Miguel Artola escribió: “No existe una Ilustración española porque no existe en España un cuerpo de filósofos y tratadistas políticos imbuidos en las nuevas ideas. El movimiento, en lo que puede considerarse de espíritu racionalista, será de fuera a dentro, y nuestros pensadores acudirán a Francia, Inglaterra y Prusia, donde, sin alcanzar a penetrar en los fundamentos de la nueva filosofía y pensamientos, se quedarán únicamente con sus consecuencias y derivaciones políticas y económicas. A su regreso se dedicarán a cultivar racionalmente las ciencias y a reformar la política de acuerdo con los nuevos cánones aprendidos”. Se trata de una caracterización que tiene mucho de verdad, en la medida en que los mejores ilustrados españoles tomaron mucho “de fuera”, a través de lecturas o de viajes. La Ilustración española más fecunda tuvo lugar en algunos apartados de la ciencia-tecnología; en, por ejemplo, las actividades de la Sociedad Bascongada de Amigos del País, fundada en 1765, y en Seminario Patriótico que ésta estableció en Vergara. No debe sorprender, en consecuencia, que el gobierno español terminase dirigiendo sus carreras a América, en donde la minería constituía materia de Estado. En 1784 Juan José fue enviado a Santa Fe de Bogotá para trabajar en las minas de plata de Mariquita en el departamento de Tolima. Fausto le siguió en 1786, después de haber sido nombrado director general de Minería de Nueva España. Podemos, por consiguiente, decir que llevaron parte de lo mejor de la Ilustración española a América. Y otro tanto se debe decir del médico gaditano José Celestino Mutis, quien terminó pasando la mayor parte de su vida —desde 1760— en Colombia. Mutis no solo creó instituciones científicas (como el Observatorio Astronómico de Santa Fe de Bogotá), sino que también asumió la cátedra de Física del Colegio del Rosario de Santafé de Bogotá, donde entre sus enseñanzas figuró la de exponer las teorías de Copérnico, Galileo y Newton, e impulsó la puesta en marcha de una de las grandes expediciones científicas americanas, la Real Expedición Botánica a Nueva Granada. Y habría que mencionar también a Félix de Azara y al madrileño Antonio Manuel del Río, el descubridor del vanadio, quien se instaló de manera definitiva en México, al que consideró como su verdadera patria. Elegido diputado en las Cortes españolas de 1820 por la División Administrativa del Virreinato de Nueva España, Distrito de México, el 17 de septiembre de 1820, se dio de alta el 18 de mayo de 1821, juró el cargo dos días después, y causó baja el 14 de febrero de 1821. En el registro del Congreso de los Diputados aparece como de profesión “regidor del Ayuntamiento de México”. Allí abogó por la secesión de Nueva España.

En resumen, lo más novedoso de la Ilustración hispana se produjo en América.

Llama la atención el utilitarismo de Jovellanos, en general, la tendencia en España a privilegiar la ciencia aplicada. Sin embargo, también enfatizas el hecho de que las ciencias puras, tal como las conocemos hoy, estaban en sus albores y no era fácil reconocer su importancia.

Efectivamente, y esto es muy importante. La “separación” (siempre relativa) de la ciencia y la tecnología es algo que llegó con, sobre todo, Galileo y Newton. Como señalé, el que España no llegase a contribuir —¿a reconocer?— ese nuevo mundo, el de la Revolución científica, tuvo consecuencias dramáticas para su devenir histórico. Por qué sucedió así es, claro, otra historia, a la que también me refiero en mi libro.

El espíritu escolástico y la fragmentación del conocimiento, ¿son en la actualidad obstáculos para el avance de la ciencia y una cultura integral ciencia/humanidades? Sí. Y esa fragmentación es particularmente perjudicial para las llamadas Humanidades, porque de la ciencia y la técnica surgen, o están asociados, muchas de las grandes cuestiones que tenemos planteadas en la sociedad. ¿Cuál es el sentido de “ser humano”? ¿Qué valores defender? ¿Cómo vivir? O entender —y defender— la democracia en un mundo globalizado en el que las diferencias económicas han crecido exponencialmente entre unos pocos (mega-ricos) y la mayoría de la humanidad.

Llama la atención el desafío que enfrentó la lengua castellana ante el auge de la química.

El avance de la ciencia crea nuevas entidades, conceptos, situaciones… Y hay que otorgar nombres a todo esto. Y las lenguas de los países que son pobres en ciencia reciben esos nombres en lenguas extrañas. Es el problema del que hablamos antes. El ejemplo de la química introducida por Lavoisier, una auténtica revolución científica, constituye un buen ejemplo.

Una pregunta digresiva: ¿cómo consideras el rechazo al español?, ¿eres partidario de los neologismos?, ¿lo que intentan imponer en redes sociales es parte de una decadencia? ¿Escucharemos algún día hablar catañol y vascoñol por las calles de España?

Esta pregunta tiene dos vertientes, pero ambas se explican mediante la política. El rechazo, indudable, que existe en alguna región de España, básicamente Cataluña y en menor grado en el País Vasco, un rechazo que no está, ni mucho menos, tan extendido en la población como algunos quieren hacer creer, se debe a la política. Es consecuencia de una educación orientada al separatismo y viciada en aspectos importantes (como una reconstrucción de la historia sui generis). En el plano internacional, se puede decir otro tanto; pensemos, por ejemplo, en la Unión Europea: ahora que el Reino Unido ha abandonado la UE, entra dentro de lo posible que el francés pase a ser el idioma oficial principal, cuando a nivel mundial no puede compararse en absoluto, en cuanto a su utilización, con el español.

En cuanto a los neologismos, son una consecuencia difícilmente evitable del mundo globalizado en el que vivimos y en el que el inglés desempeña un papel central en innumerables ramas de la sociedad, la ciencia incluida. Por otra parte, este es un fenómeno que siempre ha existido: abundan en español arabismos, galicismos y ahora anglicismos. Lo que hay que procurar es amoldarlos al genio del español.

Respecto de la actitud de Carlos III, ¿debería ser un ejemplo hoy en día?

Sin duda. Los gobiernos españoles deberían seguir el ejemplo de Carlos III, gran mecenas y promotor de la ciencia.

Es notable la atención que pones a lo largo del libro en los humanistas que se han interesado en las ciencias, en el espíritu que anima a buscar belleza y verdades. Feijoo y su interés por la ciencia newtoniana, o bien Unamuno, Ortega y Gasset, y su relación con Erwin Schrödinger.

Feijoo y Ortega y Gasset son dos ejemplos magníficos, en especial el de Ortega, de “no científicos” que se preocuparon por la situación y desarrollo de la ciencia. Es maravilloso la buena percepción que tenía Ortega de la ciencia de su tiempo. Unamuno es, como es bien sabido, diferente, aunque no hay que reducirlo a su “¡Que inventen ellos!” Se contradijo a sí mismo tantas veces…

Son particularmente emocionantes las páginas dedicadas a Albert Einstein. ¿Puedes hablarnos de la figura de Julio Rey-Pastor?, ¿cuál fue su contribución a las matemáticas iberoamericanas?

Julio Rey Pastor (1888-1962) es el gran nombre de la matemática española de la primera mitad del siglo XX. Cuando se considera esta disciplina en ese periodo, es difícil que su nombre no aparezca mencionado habitualmente con respeto. Y existen motivos para que el matemático riojano constituya un punto de referencia privilegiado en la historia de la matemática española contemporánea. Dotado de un gran talento, pero no supo, o quiso, sacar de esas facultades todo lo que podía haber producido, tanto a nivel individual como, sobre todo, institucional. Recibió una magnífica educación, especialmente en Alemania, que, combinada con su inteligencia, dio como fruto un puñado de trabajos publicados en algunas revistas matemáticas internacionales. Pero a partir de un cierto momento se centró más en otras cuestiones. En 1917 viajó a Argentina para asumir una cátedra anual que creó para profesores españoles distinguidos, la Institución Cultural Española de Buenos Aires. Las relaciones que estableció entonces le llevaron finalmente a aceptar en noviembre de 1921 una cátedra de matemáticas en Buenos Aires, manteniendo, no obstante, su cátedra en Madrid, con la que cumplía de forma notablemente irregular (aprovechaba los veranos y vacaciones australes para viajar a Madrid). Ayudó, no hay duda a que la matemáticas se desarrollase en Argentina y España, pero a costa, creo, de su producción matemática.

Un tipo interesante, desde luego. Le dedico un capítulo.

¿Es durante el siglo XIX cuando se produce un despegue, si bien incipiente, de una cultura científica en España?

Más que el XIX, en el primer tercio del siglo XX, con la creación, en 1907, de instituciones como la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, de cuyas pensiones (becas) y establecimientos se beneficiaron una buena parte de los mejores científicos y humanistas españoles de entonces. Su creación tuvo mucho que ver con el sentimiento de frustración, de impotencia, que surgió de la pérdida de la última colonia española en América, Cuba.

Ilustra muy bien aquella situación lo que manifestó en las Cortes el 23 de junio de 1899 el diputado Eduardo Vincenti: “Yo no cesaré de repetir que, dejando a un lado un falso patriotismo, debemos inspirarnos en el ejemplo que nos han dado los Estados Unidos. Este pueblo nos ha vencido no sólo por ser más fuerte, sino también por ser más instruido, más educado; de ningún modo por ser más valiente. Ningún yanqui ha presentado a nuestra escuadra o a nuestro ejército su pecho, sino una máquina inventada por algún electricista o algún mecánico. No ha habido lucha. Se nos ha vencido en el laboratorio y en las oficinas, pero no en el mar o en la tierra.”

He visto cómo en los últimos veinticinco años hay cada vez más mujeres en CERN, ¿qué tanto las españolas han tomado el lugar que les corresponde en el concierto europeo de la gran ciencia?

Ignoro el porcentaje, pero afortunadamente cada vez más. Todavía no las suficientes, pero se trata de un proceso imparable.

Hablas de las diversas maneras del exilio, uno externo y otro interior. ¿Cómo vivieron estos exilios los científicos españoles debido a la Guerra Civil?

Yo diría que con frustración y añoranza. Una añoranza que en el caso de los (numerosos) exiliados en América atenuó el contribuir al desarrollo de sus disciplinas en la América hispana. Allí no fueron extraños, tanto por el idioma común como por la recepción que se les dio.

Pasar del conocimiento aplicado al básico, ¿es un síntoma de subdesarrollo de Iberoamérica?

Establecer una relación fluida, en los dos sentidos, entre ciencia básica y aplicada (tecnología) es fundamental. Ambas se necesitan, tanto para producir una mejor ciencia como para alcanzar posiciones de liderazgo en el ámbito industrial (con sus evidentes repercusiones económicas), dominio en el que España desde luego está atrasada, y creo que Iberoamérica también. Ser un país de servicios, como es España en buena medida —una de sus principales fuentes de riqueza es el turismo—, y ser débil en ciencia y tecnología, en tecnociencia, te sitúa en posiciones de debilidad ante, como mínimo, contingencias como la pandemia actual.

Dedicas varias páginas a la relación de los científicos españoles con Argentina y México, ¿cómo calificarías ambas?

Gratificantes y fructíferas para ambos. Sin duda alguna.

Hay mención especial al IAC, ¿es la astrofísica una ciencia esencial para España? ¿Qué otras disciplinas son prioritarias?

No, en absoluto. Lo que sucede es que por diversas razones, en las que intervinieron algunas personas, unidas a los espléndidos cielos de Canarias, la astrofísica es desde hace tiempo una de las ciencias más internacionales en España.

En cuanto a qué disciplinas deberían ser prioritarias, en mi opinión sobre todo aquellas que compartan un gran interés científico como su posible aplicabilidad socioeconómica. Y aquí se pueden citar las ciencias biomédicas, la física de materiales y las ciencias de la energía y medio ambiente.

¿Sigue siendo España un país de sueños perdidos? ¿Qué piensas de Hispanoamérica?

En España, sí, a pesar de que la situación ha mejorado mucho, pero piensa cuántas veces científicos españoles han clamado, y continúan haciéndolo, por disponer de mejores condiciones, porque sus sueños se cumplan. No conozco bien la situación en Hispanoamérica, pero creo que no es muy diferente. Somos, sobre todo, consumidores-importadores de ciencia y tecnología, pero no creadores. En un discurso que Gabriel García Márquez pronunció en La Habana el 29 de noviembre de 1985, dijo unas palabras referidas a su amada América Latina, a la Gran Colombia que anheló Simón Bolívar, que me gusta recordar: “Los desmanes telúricos, los cataclismos políticos y sociales, las urgencias inmediatas de la vida diaria, de las dependencias de toda índole, de la pobreza y la injusticia, no nos han dejado mucho tiempo para asimilar las lecciones del pasado ni pensar en el futuro”. Se refería, claro está, al futuro que estaba alumbrando la ciencia, que había alumbrado ya la ciencia. Salvo honrosas y no demasiadas excepciones, los pueblos agraciados por la hermosa y transparente lengua castellana hemos vivido demasiado tiempo en soledad científica. Y ojalá no tengamos que terminar como lo hace una maravillosa novela que seguirá siendo amada y leída por los nietos de los nietos de nuestros nietos, en la que se cuenta la historia de un hombre al que un día su padre llevó a conocer el hielo, detalle que recordó frente al pelotón de fusilamiento: Ojalá, digo, la ciencia hispanoamericana y española no tengan que hacer suyo ese final: “Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.

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