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jueves, abril 18, 2024

Reinar sobre escombros

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Apenas el viernes se cumplieron 100 días de la invasión rusa a Ucrania. 

Cien días y cien noches de brutalidad. 

De destrucción. 

De barbarie. 

De horror. 

De crímenes de guerra bestiales. 

De sangre. 

De muerte. 

En estos más de cien días y cien noches (el horario preferido de los rusos para bombardear ciudades y pueblos inmisericordemente) Vladimir Putin, el tirano ruso, no ha encontrado una sola justificación válida para destruir al país que el mismo consideró en un ensayo de 2021 como la cuna de su propia civilización. 

¿Sólo por eso se contuvo de atacar con la misma ferocidad a Kyiv, “la madre de todas las ciudades rusas”? 

No lo sabemos. 

Estos cien días y sus terribles noches han servido, entre otras cosas, para marcar un antes y un después. 

Por ejemplo, para derrumbar el mito de Ángela Merkel, la ex canciller alemana, que ahora sabemos logró su fortaleza y liderazgo en Europa, entre otras cosas, gracias a ser la cliente preferente de Putin. Al autócrata ruso le compraba todo: gas, petróleo, carbón. Convirtió a su país en ruso-dependiente y financió, cuesta creer que no lo imaginara, la poderosa maquinaria de guerra rusa. 

En contrapartida recibió prestigio y una aparente docilidad. La fiera estaba dormida, pero siempre hambrienta. 

Mostró también la pequeñez de Emmanuel Macron, el presidente francés, quien en plena campaña electoral se postró de rodillas ante Putin para impedir la invasión a Ucrania.  

No lo consiguió. 

Humillado una y otra vez por Putin, el francés se llevó su fracaso al Palacio del Eliseo. Su labor de apaciguador, con el que pretendía alzarse con el liderazgo europeo, se topó con el desprecio absoluto, el desdén ruso. 

No muy distinto es el papel del ahora canciller alemán Olaf Sholz, quien no puede aspirar a liderar Europa sin antes ser capaz de lograr acuerdos internos que permitan a su país acabar sus compras a la Federación Rusa y enviar armamento pesado a Ucrania. Atado de manos también fue a postrarse ante Putin. 

Caso distinto es el de Estados Unidos y el de Reino Unido. Los dos países fuera de Europa que se han convertido en el verdadero sostén de Ucrania y del presidente Volodomir Zelensky. 

La administración de Joe Biden ya envió a Ucrania 3 mil 900 millones de dólares en armamento y otro tanto en ayuda humanitaria. Los estadunidenses no pueden estar más satisfechos con su presidente. Ha defendido como ningún otro la independencia y democracia de Ucrania y del resto de Europa sin poner en riesgo la vida de ninguno de los suyos. 

Es él quien mantiene la unidad europea, que flaquea gracias a las indecisiones húngaras, españolas o italianas, y el impulsor de las sanciones más severas al gobierno de Putin. 

Lo mismo puede decirse de un actor inesperado para Ucrania. El apoyo casi incondicional de Boris Johnson, cada vez más lejos de Europa, pero más cercano a Estados Unidos. 

Johnson es el farol de la calle. Ucrania no sólo ha recibido mil 600 millones de dólares en armamento inglés sino un enorme apoyo en entrenamiento y asesoramiento militar. Para ellos, los ucranianos, eso no tiene precio.  

En realidad son 69 los países los que han enviado algún tipo de ayuda a Ucrania (México nada) sin la que habría sido imposible hacer frente al poderío militar ruso que superaba al ejército ucraniano en una proporción de 10-1. 

De la Organización de Naciones Unidas mejor ni hablar. No existe. 

 

*** 

 

La operación especial 

Putin fracasó en su afán por conquistar Ucrania en tres días, pero 103 días y 103 noches después lo sigue intentando. 

En poco más de tres meses cambió la geopolítica. Todo se centraba en la puja entre Estados Unidos y China. Se trataba de saber cuál de los dos países sería el líder en el siglo XXI en plena revolución científico-tecnológica, en marcha acelerada, y el desafío de la humanidad por sobrevivir a la catástrofe medioambiental y las pandemias, como escribió el periodista y escritor argentino Gustavo Sierra. 

“Esa era la realidad de un mundo golpeado por el Covid-19 y en proceso de recuperación hasya que el 24 de febrero Vladimir Putin decidió enviar a su ejército a invadir Ucrania. Y todo quedó reducido a algo mucho más básico, casi primitivo: autoritarismo contra democracia”. 

103 días y 103 noches después el recuento de los daños es gravísimo. Ante el descalabro primario de conquistar Ucrania en tres días, como creía Putin, la guerra quedó centrada ahora en el Donbás, la riquísima zona carbonífera e industrial ucraniana que el autócrata ruso siempre codició. 

Pero hay elementos, dicen los expertos, que podrían modificar todo: el débil desempeño del ejército ruso ante las graves fallas de abastecimiento, que provocaron el fracaso inicial de la toma de Kyiv, la movilización de tropas de las provincias menos desarrolladas como Siberia y el Lejano Oriente, que continúan mostrando falta de entrenamiento y una moral baja, y la brutalidad de las fuerzas chechenas y mercenarios del Grupo Wagner. Todo un cóctel que en vez de fortalecerlos los debilita. 

 

*** 

 

El dinosaurio 

La guerra, coinciden algunos, se resolverá en una negociación antes que en el campo de batalla. 

Pero, por ahora, ninguna de las partes está dispuesta a conceder nada importante. 

La sugerencia del maestro de la realpolitik, Henry Kissinger, de 98 años, de cambiar territorio por paz provocó estupor en Ucrania y en círculos políticos globales. 

“Las negociaciones deben comenzar en los próximos dos meses antes de que se generen trastornos y tensiones que no serán fáciles de superar. Idealmente, la línea divisoria debería ser una vuelta al status quo anterior. Continuar la guerra más allá de ese punto no supondría la libertad de Ucrania, sino una nueva guerra contra Rusia”. 

Estas palabras del ex secretario de Estado norteamericano, pronunciadas la semana pasada durante su intervención por videoconferencia en el Foro Económico de Davós, sugiriendo al gobierno de Kyiv que ceda la región del Donbás y la península de Crimea, fueron rechazadas inmediatamente por Zelensky: “El señor Kissinger emerge del pasado profundo y dice que hay que dar un trozo de Ucrania a Rusia para que Rusia no quede marginada de Europa.  

“Parece que el calendario del señor Kissinger no es el de 2022, sino el de 1938, y que no le está hablando a una audiencia de Davós sino a una audiencia de Múnich en esa época”, sostuvo enérgico.  

Las palabras de Kissinger, dice Gustavo Sierra, aportaron argumentos, incluso coartadas, a muchos en Occidente que “quieren acelerar el fin de un conflicto que amenaza con provocar, como advierte el Banco Mundial, una hambruna en varios países que necesitan de los granos ucranianos, y una nueva recesión económica global”. 

Pero eso sería una traición al sacrificio de los ucranianos que han muerto y el dolor de millones más que perdieron todo por la libertad y el mantenimiento de una identidad que los convierte en héroes en un momento histórico en donde, justamente, no hay héroes. 

A pesar de todas las pruebas en contrario todavía hay algunos, como el ya anciano Kissinger, que creen que se puede poner fin a la guerra aceptando concesiones territoriales o enmiendas constitucionales.  

Pensarlo así es ingenuo. Putin dejó claro que su objetivo es destruir la idea misma de Ucrania como nación independiente y soberana. 

Quiere reinar sobre sus escombros. 

Y, desde ahí, construir su nuevo imperio. 

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