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miércoles, febrero 12, 2025

AMLO y el arzobispo: conversación en la catedral

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Antes de las elecciones de 2006, monseñor Rosendo Huesca, arzobispo de Puebla, recibió en sus oficinas a Andrés Manuel López Obrador.

Era usual que al arzobispado acudieran todos los candidatos a cargos de elección popular, incluyendo a los presidenciales.

El saludo fue amable.

Don Rosendo escuchó largamente al abanderado del PRD.

Al final, como en los oficios religiosos, llegó la homilía.

Es decir: un pasaje oral que fue del sermón a la lección.

El remate hizo que AMLO torciera la boca.

¿Qué le dijo el arzobispo?

Que el candidato era como toro de lidia: de buena pasta, de buena factura, bravo, temperamental, pero que en el destino de éstos figuraba un matarife.

Es decir: el encargado de darle la puntilla al toro después de que la espada del matador le quitó prácticamente la vida.

A López Obrador no le gustó nada la metáfora taurina, y abandonó las oficinas del arzobispo resoplando como toro de lidia: una especia de pitido, reburdeo o bramido.

No se volvieron a encontrar.

Como sabemos, López Obrador fue víctima de un fraude electoral que le sacó la casta.

Hoy, esté donde esté, se escucha ese bramido a lo lejos.

El presidente Trump es también un toro de lidia.

Y embiste como morlaco, como llaman a los toros grandes.

No hay torero que no le corra.

Y hasta los caballos de los rejoneadores huelen la sangre en la arena.

En el caso de AMLO, el matarife no ha hecho su aparición.

Pero es la ley del destino.

Un día nos moriremos todos y habrá alguien que a su manera cumpla ese ritual de amor y muerte.

Siempre habrá unas manos que nos cierren los ojos, que es el equivalente romántico de darnos la puntilla.

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