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miércoles, febrero 5, 2025

La arrogancia de AMLO

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En mi anterior columna señalé que el presidente Trump y Andrés Manuel López Obrador compartían varias cosas que los hacían similares.

Ambos, dije, son misóginos, soberbios, intolerantes, autoritarios y ególatras.

De inmediato, varios hipócritas lectores me acusaron de golpear al expresidente de México.

Irma Rojas Rivera, usuaria de Twitter (nunca X), escribió:

“Ya empezaste a tirarle al Peje. Ya te habías tardado”.

Dicha tuitera, hay que decirlo, es una consumada antilopezobradorista.

Otro usuario dijo que como López Obrador ya no era presidente, ahora sí me atrevía a “golpearlo”.

Queda claro que en México la critica es sinónimo de “golpe” o de ataque.

Y eso se debe a que no tenemos una tradición crítica.

El siglo XIX mexicano fue pródigo en la política, no en la literatura.

Cosa curiosa: nuestros poetas y narradores se cobijaron en la política —casi todos al lado de Juárez—, y se olvidaron del verso y de la prosa.

¿Qué nos hizo falta?

Entre otros movimientos: el romanticismo y el simbolismo francés.

Cierto: tuvimos un par de buenos escritores modernistas, pero dos golondrinas no hacen verano.

La cursilería —hija inepta de la crítica— se adueñó del XIX mexicano y nos volvió acríticos.

De ahí que confundamos el ejercicio crítico con el golpeteo o la descalificación.

Regreso al tema.

Llamarle a AMLO misógino, soberbio, intolerante, autoritario y ególatra es una definición, no un vituperio.

Llevo años reconociéndole muchas cualidades.

Una de éstas: su brutal voluntad para transformar un régimen corrupto y reinventarlo en uno que toma en cuenta a los más pobres, a quienes les devolvió, entre otras cosas, la dignidad perdida.

Su lema “por el bien de todos, primero los pobres” —convertido en generosa causa—, significó una revolución de las conciencias.

AMLO desmontó un régimen fincado en un modelo de negocios —en Puebla lo hizo don Miguel Barbosa— en beneficio de las mayorías.

Podría seguir reconociendo otras virtudes, pero mejor regreso al punto de partida de esta columna.

López Obrador es, al igual que Trump, misógino, soberbio, intolerante, autoritario y ególatra.

¿Es malo eso?

No.

Es parte de una personalidad.

Su misoginía se dejó ver en particular cada 8 de marzo, cuando millones de mujeres en el país salían a reivindicar sus causas.

Varios colectivos feministas acusaron al presidente de eso que hoy asusta a muchos.

La soberbia fue un elemento que viene cargando desde siempre.

Algunos de sus excompañeros de ruta, y cientos de hipócritas que le llaman “camarada”, no dejan de calificarlo de soberbio en público y en privado.

La intolerancia fue otra de sus vacas flacas.

Como presidente, fue intolerante hasta con los suyos.

Los ejemplos sobran.

¿AMLO es un ególatra?

Faltaba menos.

Claro que lo es.

Como lo fueron Fidel Castro, Mao, Stalin y el propio Che Guevara.

Pero todos estos renglones torcidos no manchan su revolución social.

Dejemos de momificar y santificar a nuestros hombres públicos.

Esas tentaciones nos hacen cursis y simplones, entre otras cosas.

Termino con una anécdota que revela un pasaje oscuro del expresidente:

Jaime Avilés fue un narrador y periodista polémico y brillante.

Su espíritu crítico lo llevó a los brazos del subcomandante Marcos, primero, y a la ruptura con éste, después.

Con López Obrador mantuvo siempre una cercanía brutal, al grado de que le dedicó todo un libro para enaltecerlo.

Avilés, sin embargo, nunca recibió gestos generosos de parte de su amigo.

Vivió siempre con problemas económicos.

Y todo eso lo llevó a la enfermedad.

En lugar de ser internado en un hospital de especialidades, Jaime Avilés fue enviado a una clínica del ISSSTE.

Ya fallecido —en agosto de 2017—, sus modestos funerales se realizaron en un velatorio del ISSSTE.

Hasta ese lugar llegó López Obrador ya caída la noche.

Lentamente, se acercó al féretro y observó durante algunos minutos el rostro de su amigo.

¿Qué pasó por su mente en esos momentos?

Nunca lo sabremos.

Pero quizás se reprochó no haber tocado botones para que sus últimos años hubiesen tenido una mejor calidad de vida.

¿Pudo haberlo hecho?

Por supuesto que sí.

Menos de un año después, AMLO ganó la presidencia de México y su entorno recibió la gracia que a Jaime Avilés le faltó.

La amistad es la prosa de la vida.

Los actos generosos son los versos.

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