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martes, febrero 4, 2025

Migrantes, mutantes, mediadores = aguante

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En un mundo cada vez más fracturado y paradójicamente interconectado, la realidad sociopolítica global que estamos atravesando se va redefiniendo bajo la presión de fenómenos impuestos como si se tratara de una involución histórica, actualmente liderada por los Estados Unidos, a quienes le dio por ver a los migrantes como bichos kafkianos. 

La migración, viéndola como un forzoso e ineludible movimiento mundial, ha adquirido una connotación abominable, y más duro aún, es sentir la presión de un arma gubernamental que te va condenando ¿Valió la pena salir del país? ¿Y si nos apoyamos entre los pares comunes? ¿Hay justicia divina en todo esto? ¿Hasta dónde puedo considerarme ciudadano del mundo? ¿Empezamos con una huelga en Nueva York y ponemos la canción del Conejo Malo 

Pensar en México es mirar el espejo de millones de personas en esa relación de amor-odio con Estados Unidos, además que últimamente se convirtió en la gran trocha de paso de miles de personas provenientes principalmente de Centroamérica y Venezuela, cuya geografía ha sido el embudo para llegar al sueño americano, que Trump convirtió en la opresión americana. 

Sin embargo, el camino está plagado de peligros, violencia, extorsión, xenofobia. Todos sabemos el final del guion si los migrantes convocan un paro generalizado en Estados Unidos. Al gobierno mexicano tampoco le ha tocado suave, entre su papel de mediador y la presión de Estados Unidos para frenar el flujo de personas, ha sido su karma. 

Pensar en Venezuela, y toda la locura política del gobierno y la oposición, no permite que haya un equilibrio ni emocional ni social bajo ningún pretexto: “estamos mal, pero vamos bien”, recordando al difunto político venezolano Teodoro Petkoff en su célebre frase. Y en el “Por ahora”, de Hugo Chávez, resulta que todo parece vacío y complejo, más aún cuando empezaron a revelar la corrupción millonaria de agentes de la oposición que el mismo gobierno de Trump pagó en su primer mandato, y ahora él mismo los está poniendo en evidencia como corruptos. “El perro que se muerde la cola”, sería un buen título para esta película. 

Indistintamente, Venezuela sigue siendo el epicentro de la diáspora latinoamericana, con la sumatoria de siete millones de venezolanos fuera de su territorio, si no es que seamos más. Muchos fuimos a países vecinos como Colombia, Perú, Ecuador, Brasil, Chile, Argentina, pero otros tanto, como 600.000 hoy están en el ojo de la deportación, se les trancó la vida a los que aún están con el proceso de la Green Card. 

Viendo el contexto un poco más allá y ahora mirando a España, con unos 519,000 migrantes venezolanos nos hemos convertido en símbolos de resistencia y adaptación: Mutantes sociales, capaces de reinventarnos en entornos hostiles, viviendo con la esperanza de que todo será para mejor, en comparación con Venezuela, donde el día a día pesa económicamente. 

Estados Unidos empezó a sacar sus garras, alas, pico, plumas, generando tensiones tanto internas como externas, además del empoderamiento del hombre salido del infierno, junto con su digital arlequín X. Así que, mientras algunos países abren sus puertas de manera sospechosa a los recién llegados, otros endurecen las normas. Así, los mediadores de las ONG trabajen incansablemente para proteger los derechos, el sistema global parece colapsar bajo el peso de la burocracia, la pobreza y la xenofobia creciente como un arma biológica social. 

Pareciera que no quedara más sino aplicar el concepto de “aguante”, que ahora adquiere una dimensión colectiva, y no solo para los países nombrados, sino para todos los continentes, porque ya no se trata de resistir físicamente a las adversidades; es mantener la calma y la esperanza frente a sistemas que han diseñado políticas económicas para excluir, vejar y señalar al ser humano y la producción como culpables. Sin embargo, el aguante tiene límites. Los gobiernos deberían asumir su responsabilidad como mediadores efectivos entre los intereses nacionales y las necesidades humanitarias globales. De lo contrario, la crisis seguirá profundizándose. 

No me queda más que pensar en los que salimos por alguna razón de nuestros países; nos hemos ido convirtiendo en mutantes sociales que se adaptan a nuevas realidades y los mediadores intentan desarrollar puentes entre mundos divididos que se sostienen con la fe, con algunos documentos temporales que lo acrediten, encarnando ese aguante que parece estar al borde del colapso. 

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