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sábado, noviembre 23, 2024

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En el PRI nunca lo vieron como proyecto viable y eficiente. En el PRD no compartieron su visión de país ni aceptaron sus métodos. Ahora PRD se va y el PRI está pronto a hacerlo. 

¿Venganza? No, al menos como programa visible contra una institución política sólida (PRI) o contra la casa que, como haya sido, le abrió un día, las puertas (PRD).    

Morena, en su intención lograda de liderar al país, supo aprovechar de estos dos partidos lo más útil y eficiente electoralmente hablando. Esta sí fue una intención pública, aunque, en parte, le costó prestigio y archivar por ratos su lucha contra la corrupción, fundamento político de la transformación nacional, con la que llegaron al poder. 

En la voz popular, todo el PRI y PRD están ya en Morena y fortalecen las posibilidades de ganar elecciones, aunque irritan y desesperan a quienes llegaron a este movimiento por la vía libre que al principio abrió Andrés Manuel. 

Entienden poco la estrategia verdadera: Adueñarse de todo el poder público, incluyendo a todos los que faciliten el tránsito, al costo que sea. 

Mas de 24 años costó lograr por la vía de los hechos borrar del mapa de las decisiones al PRI, expulsar al PRD y reducir la influencia del PAN. Morena avanza fuerte. Ahora es una alianza de partidos, que asegura victoria electoral. 

Hoy, Andrés Manuel es líder indiscutible del proceso de transformación nacional al que le asignó la categoría de cuarto en la historia nacional, para ubicarlo y engarzarlo a todo el proceso de desarrollo de nuestro país. De ese tamaño es el objetivo. 

Todo el poder, todo, está en la inteligencia y la capacidad de Andrés Manuel.  

El bastón de mando es un símbolo de autoridad y poder de quien lo da, no de quien lo recibe. 

Un año de campaña electoral, disfrazado al principio de un programa partidista con objetivos solo al interior del movimiento, luego meses de precandidatura y luego la candidatura, con más de 35 millones de votos, hicieron realidad las ideas y objetivos de continuar como movimiento en el gobierno con Claudia Sheinbaum y con los propósitos de López Obrador, para trascender en el tiempo y la historia, como un líder comprobado y con registro a la altura de un Lázaro Cárdenas, por la firmeza de las decisiones. 

 

Los electores así lo decidieron. Ahora, la segunda parte de la 4T, tiene todo el potencial de las decisiones legislativas, para modificar, a sus anchas, hasta la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. A pesar de tener mayoría calificada en el Congreso de la Unión, no será fácil y su costo va incorporado a la legitimidad de las modificaciones legales y tarde o temprano, a la vida útil de un portafolio de posibilidades, al que urge entendimiento y adhesión consciente y concreto. 

El voto da la capacidad, es cierto, da sustento legal, pero no construye, por sí solo, autoridad moral y esto, también urge, para asentar en la conciencia colectiva, la necesidad de la transformación nacional, que, a pesar de la victoria electoral, mantiene en reserva, recelo y desconfianza a muchos mexicanos y a muchas mexicanas. 

Es un proceso peligroso para muchos y riesgoso para todos, porque afecta la unidad nacional y mantiene la polarización como herramienta del poder público. 

A lo mejor, por eso, la presidenta electa Claudia Sheinbaum ha convocado a una gran discusión, con todos los ciudadanos, sobre la reforma al Poder Judicial, que sería la primera decisión de modificación constitucional que, en la mente de López Obrador, ha aguantado meses y que, pareciera, se logre, al costo que sea. 

Es difícil aprender a gestionar el poder político, es más complicado cuando, teniendo la capacidad legal, se debe entender que la ley es eficiente y útil, solo cuando se construye con comprensión completa de intenciones reales y de consecuencias calculadas por todos los que, sufrirán o disfrutarán de los beneficios y perjuicios que toda decisión legal conlleva. 

Sobre todo, es más difícil de entender y medir su incidencia en la vida individual y colectiva, cuando los mexicanos no conocemos los “otros datos” que animan las grandes reformas constitucionales que se realizarán. 

La trascendencia de López Obrador, como un estadista mexicano, consagrado con respeto y gratitud, depende la capacidad de aprender a escuchar y atender a los que votamos, para resolver primero, en congruencia con las necesidades de cada mexicano y sus ambiciones y luego en la eficiencia de los ánimos presidenciales, así sean de grandeza y bienestar. Porque los que no votaron sentaron un mensaje que debe comprenderse y los que votamos no dimos un cheque en blanco. 

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