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sábado, noviembre 23, 2024

El arte de Álvaro Campos

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RICARDO REIS

VERSIÓN ALEXANDRO REYES 

 

Nota bene  

Los derechos de autor del poeta Fernando Pessoa fueron cedidos a la Comunidad Europea por setenta años, en lugar de cincuenta, para que estos fueran del dominio público; mientras, las Ediciones Assirio & Aliviri, que representan a los herederos, tendrían la exclusividad hasta el año 2005. Teresa Sobral Cunha, editora de el Libro del Desasosiego, después de trabajar durante 20 años, se prepara para publicar el segundo, que completan los Fragmentos del Barón de Teive que, según ella, conforman “apenas una plaqueta”. Asimismo, Antonio Tabucchi -en su libro Un baúl lleno de gente- afirma que la multiplicidad de personajes que emergieron del autor de Mensajem son inagotables, el diálogo entre ellos es casi una novela de identidades. Aquí presentamos los comentarios de un personaje (RR) sobre otro personaje (AdC) en donde, a manera de juego de espejos (reflexión), son parte del mismo y misterioso poeta que sabía que el poeta es un fingidor. Por lo que concierne a los derechos, la cuestión es delicada, pero ¿qué pueden significar los derechos de autor cuando se piensa en la divulgación de la obra de Fernando Pessoa? 

El poema es la proyección de una idea en palabras a través de la emoción. La emoción no es el asiento de la poesía: es simplemente el medio del que la idea se sirve para sujetarse a palabras. Entre la poesía y la prosa no veo la diferencia fundamental, característica de la propia disposición del sentido, que Campos establece. Desde que usamos las palabras, se hace uso de un instrumento al mismo tiempo emotivo e intelectual. La palabra contiene una idea y una emoción. Por eso no hay prosa, ni la más rígida científica, que no extraiga algún jugo emotivo. No hay exclamación, ni la más abstracta emoción, que no involucre al menos el boceto de una idea.  

Podremos alegrarnos, por ejemplo, que la exclamación – ¡Ah! – no contenga ningún elemento intelectual. Pero no se halla un ¡ah!, escrito así, aislado, sin relación con algo anterior. O consideramos ese ¡ah! como una exclamación hablada y en la pronunciación de la voz va el sentido que lo alienta, y por lo tanto, la idea unidad a la enunciación de ese sentimiento, o el ¡ah! responde a alguna frase, o debido a ella se forma, y manifiesta una idea que esa frase ha provocado.  

En todo lo que se dice –poesía o prosa– existe idea y emoción. La poesía se distingue de la prosa sólo en que elige un medio exterior, más allá de la palabra, para forjar la idea en palabras a través de la emoción. Ese medio es el ritmo, la rima, la estrofa; o todos, o dos, o uno solo. Pero no creo que pueda ser menos que uno solo.  

La idea, al valerse de la emoción para expresarse en palabras, perfila y precisa esa emoción y el ritmo o la rima o la estrofa, son la proyección de ese perfil, la afirmación de la idea a través de la emoción, que, si la idea no la perfila, se vertería y perdería la propia capacidad expresiva. Lo que, a mi entender, acontece en los poemas de Campos. Es un verter la emoción. La idea sirve a la emoción, no la domina. Y en el hombre –poeta o no– la emoción somete a la inteligencia, repliega la disposición de su ser a estadios anteriores de la evolución, en los que las facultades de inhibición dormían en el embrión de la mente. No es posible que el arte, que es un fruto de la cultura, o sea del desarrollo superior de la conciencia que el hombre tiene de sí mismo, será mayor cuanto más grande sea su semejanza con las manifestaciones mentales que distinguen a las fases inferiores de la evolución cerebral.  

La poesía es superior a la prosa porque expresa, no un grado superior de emoción, sino, por el contrario, un mayor dominio sobre ella. La superación de la asonada en que la emoción naturalmente se expresaría (dixit Campos), en el ritmo, a la rima, a la estrofa.  

Como el estado mental en que la poesía se forma es, de verdad, más emotivo que aquellos en que naturalmente se forma la prosa, es menester de que al estado poético se destine una disciplina más sólida que la que se utiliza en el estado prosaico de la mente. Y esos artificios –el ritmo, la rima, la estrofa– son instrumentos de tal disciplina.  

En el sentido en que Álvaro Campos dice que son artificios el ritmo, la rima y la estrofa, se debe indicar que son artificios la voluntad que corrige defectos, el orden que vigila sociedades, la civilización que reduce los egoísmos a su forma sociable. 

 

LA POESÍA ES SUPERIOR A LA PROSA PORQUE EXPRESA, NO UN GRADO SUPERIOR DE EMOCIÓN, SINO, POR EL CONTRARIO, UN MAYOR DOMINIO SOBRE ELLA de puntuación –digamos un trazo vertical– para determinar el orden de pausa, advirtiéndonos de que allí se pausaba con el mismo género de pausa con se pausa al final del verso, no haría obra diferente, ni instituiría la confusión que ha establecido.  

La disciplina es natural o artificial, espontánea o reflexiva. Lo que distingue al arte clásico propiamente dicho, desde los griegos hasta los romanos o del arte pseudoclásico, como el de los franceses con sus siglos de aprendizaje, radica en que la disciplina de uno reside en las mismas emociones, con una armonía natural del alma, que por naturaleza se opone a lo excesivo, incluso al sentirlo; y la disciplina del otro reside en una deliberación de la mente pues no le permite sentir la cúspide de determinado nivel. El arte pseudoclásico es frío porque es una regla; el clásico es emotivo porque es una armonía.  

Casi se concluye a partir de lo que dice el creador Campos que, el poeta vulgar siente la espontaneidad con la generosidad que naturalmente se proyectará en versos como los que él escribe; y después, recapacitando, sujeta esa emoción a incisiones y retoques y otras mutilaciones o alteraciones, en acatamiento a una regla exterior. Ningún hombre ha sido nunca poeta de esta manera. La disciplina del ritmo se aprende hasta que se convierte en una parte del alma: el verso que la emoción produce nace ya subordinado a esa disciplina. Una emoción naturalmente armónica es naturalmente organizada; una emoción naturalmente organizada es naturalmente traducida en un ritmo organizado, pues la emoción produce el ritmo y el orden que existe en ella, el orden que en el ritmo es.  

En la palabra, la inteligencia engendra la frase, la emoción, el ritmo. Cuando el pensamiento del poeta es alto, es decir, está formado por una idea que origina una emoción, ese pensamiento, ya de por sí armónico mediante la unión proporcionada de idea y emoción, y mediante la nobleza de ambas, transmite ese equilibrio de emoción y de sentimiento a la frase y al ritmo, y así, como he dicho, la frase, súbdita del pensamiento que la define, lo busca, y el ritmo esclavo de la emoción que ese pensamiento le ha añadido, le sirve. 

En la prosa más propiamente prosa –la prosa científica o filosófica–, la que expresa directamente ideas y sólo ideas, no es menester disciplina, pues en la misma circunstancia de ser sólo ideas hay disciplina sufi 

ciente. En la prosa más ampliamente emotiva, como la que diferencia a la oratoria, o tiene representación descriptiva, hay que atender más al ritmo, a la disposición, a la organización de las ideas, pues éstas están 

allí en menor número, no forman el fundamento de 

la materia. En la prosa ampliamente emotiva –aquella cuyos sentimientos podrían con igual facilidad serán expuestos en poesía –hay que atender más que nunca a la disposición de la materia y al ritmo que acompaña a la exposición. Ese ritmo no es definido, como en 

el verso, porque la prosa no es verso. Lo que verdaderamente hace Campos cuando escribe en verso es escribir prosa rítmica con pausas mayores marcadas en determinados puntos, con fines rítmicos, y esos puntos de pausa mayor los determina mediante los finales de los versos. Campos es un gran prosista, con una gran ciencia del ritmo, pero el ritmo del que tanto sabe es el ritmo de la prosa, y la prosa de que se sirve es aquella en la que se ha introducido, además de los vulgares signos de puntuación, una pausa mayor y especial que Campos, como sus pares anteriores y semejantes ha decidido representar de forma gráfica por razón de la línea partida al final, mediante la línea dispuesta como lo que se llama un verso. Si Campos, en lugar de hacer tal, concibiera un nuevo signo. 

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