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martes, julio 1, 2025

Mari Lú, Los silencios compartidos 2da parte

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Raúl, con seis años ya cumplidos de su “reinado”, está por entrar a la primaria. Mari Lú, su madre, se siente invadida por pensamientos pesimistas que asaltan su mente, los crímenes de odio, el abuso sexual infantil, la posibilidad de que Raúl muera ahogado en su clase de natación —a pesar de que lleva tres años asistiendo—, o el temor de que, con el tiempo, adopte los comportamientos incivilizados de la familia de su padre.

Pepé, un pobre imbécil, quien fue novio de Mari Lú, desde que ambos estudiaban en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ella asistía a clases cerca del Carolino, y fue allí donde él la conquistó con sus palabras dulces, haciéndola sentir hermosa, querida, regalándole un escape de la asfixiante realidad familiar. Fue su salvavidas cuando ella naufragaba en aguas del desamor que Martín, su ex, había provocado tras acostarse con “una de sus mejores amigas”.

Ante los ojos de sus padres, Pepé y Mari Lú formaban una pareja estable. Él un hombre trabajador, esforzado, con un futuro prometedor. Con el paso de los años logró estabilidad económica, mientras que los detalles hacia ella se desvanecían poco a poco, igual que el amor que Mari Lú le profesaba. Fue en ese vacío donde apareció Agustín.

Agustín Adolfo tenía apenas 19 años cuando Mari Lú estaba por entrar en la tan ansiada década de los treinta. Él era su alumno, como lo fui yo. Lo recuerdo con una mezcla de gracia y ternura: atento, tranquilo, buen cantante… y lo que terminó por arrastrarlo al abismo: un enamorado empedernido. Porque Agustín no solo posó su mirada en su maestra Mari Lú, sino que también le entregó el corazón.

Mari Lú se dejó cautivar por su bella prosa —siempre inspirada en ella—, por sus atenciones, las flores, y aquellas conversaciones robadas durante caminatas por la histórica Avenida Juárez, donde a veces iban tomados de la mano. Ella se prendó de Agustín Adolfo. Nosotros le decíamos el “niño As”, por lo astuto que era para conquistarla.

El sexo, era fantástico, según palabras de la propia Mari Lú. Se sentía deseada, amada, poseída en esa danza de amor que profanaban, pues bastaban unas bellas palabras para que ella deseara entregarle sus caricias, esto casi siempre los sábados. Era su ritual: primero nos encontrábamos, conversábamos un rato, y luego yo la dejaba en un sitio donde Agustín la recogía. Semana tras semana, era la misma ceremonia.

En ese tiempo, Mari Lú terminó su relación con Pepé. Él lo resintió profundamente. Adelgazó notablemente, se le veía demacrado, hundido en el alcohol. Anhelaba recuperar el cariño de Mari Lú, pero su corazón ya reposaba, aunque de manera parcial, en manos de Agustín.

Y digo parcial porque, aunque estaba enamorada de él, no lo estaba perdidamente. Cargaba con el fantasma de la sociedad y el juicio de su familia. Temía lo que se diría de aquella relación entre una profesora y su joven alumno. El peso de la mirada ajena la tenía sometida, era un tema constante en nuestras conversaciones, sus padres, Pepé, las autoridades académicas.

La angustia, ese viejo monstruo, siempre la ha acompañado. Ya no es solo una emoción, es parte de ella. Intrínseca. Permanente…

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