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viernes, mayo 9, 2025

Crónica de un Papa improbable: León XIV

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Fueron tres las fumatas negras que cubrieron de incertidumbre la cúpula de San Pedro. Tres veces la chimenea elevada sobre la Capilla Sixtina exhaló ese humo oscuro que indica desacuerdo, división, espera. La Plaza de San Pedro, vigilante y en silencio, aguantó el aliento durante horas. No fue sino hasta las 18:08 horas del segundo día de cónclave cuando, finalmente, la historia cambió su signo: una columna de humo blanco emergió hacia el cielo romano y, con ella, la certeza de que la Iglesia Católica tenía nuevo pastor. 

Minutos después, las campanas comenzaron a repicar con fuerza. No era ya tiempo de conjeturas. Se abrían entonces los rituales que separan al cardenal electo del mundo que hasta ese momento conocía. En la llamada “habitación de las lágrimas”, entre sotanas bordadas y una oración silenciosa, el elegido asumía el peso invisible de siglos. Al poco tiempo, el cardenal protodiácono, Dominique Mamberti, pronunció las palabras rituales: “Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam.” 

Y el elegido fue León XIV. Detrás de ese nombre una evocación firme, papal, de resonancia antiguase ocultaba hasta ese momento la figura del cardenal Robert Francis Prevost, estadounidense, agustino, latinoamericano por elección vital, romano por vocación eclesial. El primer Papa nacido en Estados Unidos. El primer Papa con ciudadanía peruana. El 267º sucesor de Pedro. 

Desde el balcón central de la basílica de San Pedro, tras la bendición Urbi et Orbi, habló al mundo en español:

“Un saludo a todos. En modo particular, a mi querida diócesis en Chiclayo, en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto para seguir siendo iglesia fiel a Jesucristo.” 

No dijo más en su idioma. El resto fue en latín, como corresponde a la sede petrina. Pero ese breve guiño en una lengua cargada de afecto y de raícesfue suficiente para entender que su pontificado se construirá entre el equilibrio doctrinal de Roma y la memoria cálida de América Latina. 

En un cónclave integrado por 133 cardenales de 70 países, la Iglesia católica encontró a su nuevo timonel: el cardenal agustino, nacido en Chicago pero moldeado en alma por las tierras del norte peruano. Su elección como sucesor de Pedro marca una continuidad con el legado pastoral y reformador de Francisco, pero también inaugura una etapa con sello propio: la de un pontífice que conoce la selva, la pobreza, los seminarios misioneros y el corazón doctrinal de Roma.  

Nacido el 14 de septiembre de 1955, hijo de una madre de ascendencia española, Prevost ingresó al noviciado de la Orden de San Agustín en 1977. Se formó en ciencias matemáticas, divinidad y derecho canónico, pero fue el llamado misionero lo que lo llevó, en 1985, a Perú. Allí, en el calor áspero de Trujillo y las fronteras húmedas de Chulucanas, edificó no solo iglesias sino comunidades. 

Fue prior, formador de seminaristas, vicario judicial, profesor y superior provincial. Aprendió a negociar con la pobreza, a formar sacerdotes desde la fragilidad y a resistir estructuras eclesiásticas marcadas por el conservadurismo. En 2001, su liderazgo lo llevó a ser elegido Prior General de los agustinos a nivel mundial. Roma comenzaba a mirar su nombre con atención. 

El obispo del norte peruano 

En 2014, el Papa Francisco lo nombró obispo de Chiclayo, una diócesis marcada por retos estructurales y por escándalos recientes vinculados a abusos. Su nombramiento no fue casual: Prevost representaba una figura de transición y reconciliación. Fue ordenado obispo un 12 de diciembre festividad de la Virgen de Guadalupey pronto se convirtió en una voz influyente en la Conferencia Episcopal Peruana. 

Aunque enfrentó denuncias por presunto encubrimiento, estas fueron desmentidas con fuerza por la diócesis y por periodistas como Pedro Salinas, quien las calificó de “absolutamente falsas”. Lo cierto es que el entonces obispo fue parte activa en la denuncia y posterior disolución de agrupaciones como el Sodalicio, asociadas a abusos sistémicos. 

En 2023, Francisco le confió una de las tareas más delicadas de la Curia: la Prefectura del Dicasterio para los Obispos, que selecciona a los futuros pastores del mundo. Era la antesala de lo que vendría. 

León XIV y el reto de guiar a la Iglesia en una nueva era 

La fumata blanca del 8 de mayo no solo confirmó su elección como el Papa número 267; selló también el inicio de una nueva fase para la Iglesia global. El nombre que eligió, León XIV, evoca a pontífices del siglo XIX que enfrentaron modernidades emergentes con firmeza pero también con apertura doctrinal. Es un nombre de resonancia fuerte, poco común en los tiempos recientes, y con tintes de autoridad pastoral. 

León XIV asume el papado en un mundo fracturado. Ucrania y Gaza sangran en medio de guerras crónicas. Las tensiones entre India y Pakistán han escalado tras un nuevo episodio de fuego cruzado. Donald Trump, en su segundo mandato presidencial, ha endurecido el control migratorio y aislado a su país con medidas comerciales agresivas. El nuevo Papa, primer estadounidense en ocupar el trono de Pedro, no es un aliado natural del inquilino de la Casa Blanca. 

De hecho, sus primeras entrevistas lo muestran alineado con las preocupaciones sociales de su predecesor: los pobres, los migrantes, el cambio climático. Conoce el éxodo humano desde América Latina como pocos. Lo ha visto en los ojos de sus feligreses en Lambayeque. Ha dialogado con campesinos, mujeres desplazadas, niños sin techo. 

León XIV ha defendido con fuerza la visión de una Iglesia sinodal, es decir, participativa, dialogante. Pero se ha mostrado cauto ante ciertas demandas. Por ejemplo, frente a la posibilidad de ordenar a mujeres, se ha mostrado contrario: Clericalizar a las mujeres no necesariamente soluciona un problema”, afirmó en una entrevista reciente. Su visión eclesial es de apertura moderada, más inclinada a la comunión que al enfrentamiento. 

El peso de la historia y la humildad de las lágrimas 

Como todo nuevo Papa, León XIV pasó por la llamada “habitación de las lágrimas”, donde el Pontífice se reviste por primera vez con las vestiduras papales. Allí, en la intimidad de ese pequeño cuarto contiguo a la Capilla Sixtina, muchos pontífices han llorado. Algunos por miedo, otros por humildad, otros por la magnitud del peso que comienza a recaer sobre sus hombros. No sabemos si Robert Prevost lloró. Pero sí sabemos que, cuando salió al balcón, lo hizo con la serenidad de quien ha recorrido largo camino, desde las comunidades agustinas de Trujillo hasta el trono de Pedro. 

León XIV ya es Papa. Pero también es el pastor de Chiclayo, el agustino de corazón simple, el canonista riguroso, el reformista prudente. Su papado será observado con lupa, no sólo por lo que diga, sino por lo que haga. El mundo católico, y también el secular, aguarda con atención sus primeros gestos. 

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